En una ciudad muy muy lejana vivía un niño llamado Jack. Jack estaba siempre de mal humor y todo, absolutamente todo, le fastidiaba.
Si hacía calor, se disgustaba. Si llovía, se disgustaba. Si lo venían a visitar, se disgustaba. Si no lo venían a visitar, se disgustaba. Si le regalaban un caramelo, no le gustaba…
Lo único que quería y respetaba de verdad en el mundo era su plantación de calabazas, la más hermosa y abundante de toda la región.
Pero a pesar de que a menudo las calabazas se echaban a perder, Jack “nunca” se deshacía de ellas.
-Son mías -decía-, las he plantado yo, las he cuidado yo, las he regado yo…Si se pierden es cosa mía.
Se enfurecía tanto cuando alguien le pedía una de sus hermosas calabazas, que casi nadie se atrevía a acercarse a su huerto ni siquiera a mirarlas.
Una noche muy fría de octubre, varias brujas se reunieron para preparar la sopa de Halloween. De pronto, se dieron cuenta de que faltaba una calabaza para que la sopa estuviera perfecta. Pensaron y pensaron hasta que decidieron ir a pedirle una a Jack, aún a sabiendas de que no se la daría.
Cuando llegaron, aporrearon su puerta una y mil veces, pero Jack no quiso abrirles ni atenderlas, haciendo como que no las escuchaba.
-¡Arre, cucurucho que no te escucho! ¡Arre, cucurucho, que no te escucho! -decía, mientras se tapaba las orejas.
Cansadas de que el niño no les hiciese el más mínimo caso, la bruja más fea, narigona y vieja, decidió prepararle un hechizo. Encendió una vela y la puso en la puerta de la casa de Jack. Después robó una de las calabazas del huerto y en seguida la colocó al lado de la vela. Cuando todo estuvo preparado, le gritó a Jack que si no salía inmediatamente lo convertirían en sapo y la sopa la harían con él. Jack, intimidado por las palabras de la bruja, abrió la puerta de su casa y salió. La bruja narigona entonces le pidió que saltara sobre la vela si no quería ver cumplida su amenaza. A Jack no le quedó otro remedio que saltar…
Pero su aterrizaje fue algo misterioso: cayó dentro de la calabaza y desapareció.
Desde ese día, la calabaza tomó rasgos semejantes a los de un rostro humano: tuvo ojos, boca, nariz, orejas…y una vela la iluminaba desde su interior. Jack se había convertido en calabaza. Y ahí dentro sigue el malhumorado niño…
Las brujas, satisfechas por haber creado la primera “calabaza linterna” de Halloween, volaron raudas en dirección a la luna.
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